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Lo natural
ha quedado atrás. Escenarios con miles de luces, excéntricos, enormes. Miles
de bailarines rodean a un sólo cantante o grupo. Estas son las nuevas pautas que
se deben seguir para triunfar ahora en el mundo de la música, o al menos, eso
parece. Parece que la estética es ahora más importante que la calidad del
cantante en sí. Una multitud de elementos tales como brillantes, DJ, gafas,
tacones excesivamente altos, singulares diseños…
y cosas sin sentido que ocultan cada vez
más la voz de los cantantes, que ni siquiera saben de lo que hablan sus
canciones. Y sí, nosotros somos capaces de pagar por ello. Porque somos tan
impresionables que esto ni nos sorprende. Lo que digo, es que hay que saber
combinar ambas cosas. Algunos saben, otros no llegan y
otros se pasan. Buenos ejemplos de naturalidad pueden ser Adele o Lana Del Rey. Ellas
nos hacen vivir la música sin ningún tipo de intermediarios. Lady Gaga sin
embargo, es un claro ejemplo de extravagancia, pero cuando ella canta,
escuchamos a una mujer que escribe sus propias canciones, que ha luchado por
llegar ahí, una mujer con potencial, que se defiende ante el micrófono, ante el
piano… Ella sí que puede presumir de ser una artista. Porque muchos sólo se
fijan en sus extravagantes momentos, que no son pocos, porque por ellos llama
la atención. A esas personas sólo les ha llegado una parte de la historia, la
parte menos buena de su fama. Personas que no saben ni pronunciar su nombre.
Gracias también a estos momentos, hemos podido darnos la vuelta y encontrar a
una mujer que nos hace cantar sus canciones, bailar con ellas, que ya es decir.
Ella se merece los millones de fans que la siguen por todo el mundo, ya que además sabe cuidar de ellos. Ella, a pesar de llevar vestidos de carne o peinados
inimaginables, sí que sabe cantar, y sí que puede ser denominada artista,
porque lo es.
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